Yo no tengo un problema.
Lo repito: no tengo un problema. Un problema es tener cáncer, o que se te muera un hijo, perder todos tus ahorros por las preferentes o querer a una persona que no quiere estar contigo. Yo tengo un filtro grisáceo a través del cual veo el mundo y me veo a mí; a veces se aclara, a veces se oscurece. Un problema es que te desahucien con cuatro hijos menores y uno aún colgando de la teta, o que tus padres se mueran jóvenes. Lo que tengo yo es una actitud incorrecta hacia la vida, de la que soy consciente, con la que no me encuentro satisfecha y que trato de cambiar. Un problema es hacer el mal queriendo, y yo no he hecho eso en la vida.
Las personas pueden ser torpes en muchos aspectos. Por ejemplo, uno puede ser torpe en algo tan simple como caminar por la calle y tropezarse una media de diez veces al día. A la persona tropezadora nadie le dice "eh, tienes un problema". Corre el riesgo de matarse en una mala caída o de provocar un accidente en cadena que acabe causando la muerte de un niño, y sin embargo nadie le dice que tenga "un problema". Es, simplemente torpe, y se le acepta como tal e incluso se le ríen las gracias. Seguramente alguna vez le adviertan que debería caminar más atento, puede que las personas que la acompañen diariamente se acostumbren a mirar a la vez los pies propios y los suyos, para evitar males mayores. Nunca le dirán que tiene un problema.
La torpeza emocional también existe, y provoca tropiezos de otro tipo. A partir de un determinado número de tropiezos se empieza a decir que tienes un problema, y si además acudes a un profesional para que te enseñe a tropezarte menos, estás perdido y loco. Yo no tengo un problema. Tengo una tendencia absurda a colocarme muros en el camino, y una fuerza inusitada para derribarlos.
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