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lunes, 15 de agosto de 2016

Las fosas.


«Existimos porque alguien piensa en nosotros y no al revés». La frase la pronuncia una emocionada Candela Peña en «Princesas» y no recuerdo a cuento de qué, pero qué más da. Los malos ganaron en el 39 por primera vez y van camino de ganar una segunda. Los ríos de sangre como los que se dice que corrieron en Baena calle abajo desde la plaza del pueblo en aquella trágica tarde de julio se acabaron colando por alcantarilla quién sabe si a base de baldeo o ayudados por alguna tormenta redentora de verano y las manchas en las paredes de los cementerios después de cada fusilamiento desaparecieron más tarde o más temprano a golpe de encalado. El terror no había hecho más que empezar y sin embargo poco a poco los tiros dejaron de tronar y la guerra se trasladó a las tripas de los civiles, quizás a la conciencia de algún fusil descarriado, al erizo en la garganta, al fin y al cabo, de los que la sobrevivieron. Entonces todo el mundo pensaba en sus muertos y los que no los vieron morir aún esperaron durante años verlos volver de los montes. El paso de los años les obligó a aceptar que los muertos se habrían tornado huesos, huesos abrazados a los de vecinos que tal vez fueron enemigos en vida y con los que acabaron irónicamente compartiendo eternidad en el frío indigno de una fosa.

La memoria histórica es menos prioritaria que el hambre y que la salud y sin embargo es, por humanidad, una de las causas más urgentes que se me ocurren porque los años no pasan en balde y segan vidas henchidas y maltratadas por esa misma memoria. Sólo existimos cuando alguien piensa en nosotros y quienes aún piensan en los huesos de las cunetas dejaron hace años de peinar canas. Algunos tienen los días contados y bisnietos que tendrán que llorar otras guerras -las de ahora, menos sangrientas pero tan poco elegantes como aquella- y que apenas repararán en la sonrisa quebrada de un pariente lejano en el álbum de fotos familiar. Morirán los hijos de los muertos de la guerra sin saber bajo qué pedazo de suelo se descompusieron sus tejidos y entonces sí que habrán ganado los malos porque habrán matado dos veces.

La Junta se ha comprometido a devolver su identidad a los huesos de las fosas de Castro del Río que un día sacaron de la tierra para apilarlos en cajas. No hay fechas como tampoco las hay para el rescate -«exhumación» me parece un concepto insensible- de otras víctimas repartidas por la provincia. A quienes quedan vivos les valdrá el descanso y la honra, la última lágrima que anhelaban, la foto en el periódico, el suspiro de alivio de saber que esta vez no han sido vencidos. Pero habrá que darse prisa porque a los muertos de los muertos no les vale un mejor tarde que nunca y de nada sirve salvar del olvido a quien ya no existe, porque no tiene quien le piense.


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