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viernes, 30 de noviembre de 2018

programa, programa, programa


podría decir que echo en falta promesas asumibles, una relación de objetivos lógicos a los que nos conduzca un programa estratégico sectorializado con horizontes temporales realistas, convicciones verdaderas que no giren describiendo órbitas en torno a un ideal romántico que no va a darnos de comer en la vida. Más materialismo y menos magia blanca, menos dispositio y elocutio, ethos y pathos, y más sacudir con las propias manos hasta derrubarlos los cimientos que sustentan el desastre. Un "vamos a arreglarnos de la siguiente manera" sin exornos florales ni literatura ni guiños a esa memoria curativa de animales heridos que identificamos con el hogar, ni una mirada utópica a un futuro alegre de camaradería y compadreo que no nos lo puede garantizar ni nuestra santa madre, que es la que más nos quiere, como si salir de este agujero dependiera de una serie de palabras cuidadosamente escogidas y no de arrancar de cuajo la semilla del mal que nos tiene contaminada la tierra, y eso no se consigue con discursos de amor y patria, que para eso ya están el carnaval y los cumpleaños. Yo no sé mucho de esto pero creo haber aprendido que si estamos rotos las rosas sólo nos convierten en un desastre elegante y eso ya nos lo dan la lista de spotify del domingo y las cubas de escombros que ponen en el cementerio el uno de noviembre, por lo tanto no me merece la pena perder el tiempo escuchando tus propósitos de enmienda y sin embargo te escucho. No sólo te escucho sino que dejo que tu peroración tan invasiva y sibilina me empuje a tirar por la ventana esa ligereza impostada en la que nos refugiamos todos esos a los que un día nos dolió creer y confiar y que ahora nos permite soportar vaivenes cotidianos que antes nos tumbaban del todo como perder el autobús o que te suba mal el café, la ligereza que me ha evitado tantas veces sentirme tan desvalida como si me acabaran de regañar y a la que renuncio a sabiendas de que subir mucho sólo implica agravar la caída posterior. No hay ninguna evidencia científica que sea capaz de sostener que esos discursos de alegría y pertenencia autocomplaciente -somos fuertes somos buenos- nos sacarán por fin de la mierda pero es que no sé no bailar esta música del demonio aunque sea arrugando el morro. No es ningún secreto que desde que tengo recuerdo a la vida sólo le he pedido que me mientan bonito, que por cierto es una cosa que, algunas veces, también me pasa con la política


2 comentarios:

  1. Es un gusto leerte Irene. Promesas que no valen nada, supongo que las cosas no se dicen, se hacen porque haciéndolas se dicen solas.

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    1. Las cosas hay que decirlas. Si no se dicen y solo se hacen, es difícil que las valoren. Y sin valor... la gente no tiene en cuenta nada de lo que haces aunque les hayas salvado la vida.

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