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jueves, 29 de diciembre de 2016

Carmela.

Ocurrió el día que visitamos Las Palmeras. Entonces yo colaboraba en la campaña electoral de Ganemos para las municipales. Un vecino del barrio nos hizo de cicerone a algunos de los candidatos y al equipo que los acompañaba. Carmela estaba allí. Hablamos con una mujer que venía de la farmacia con una bolsa cargada de antidepresivos. Nos contó que su familia era feriante y les habían robado el camión con todas sus cosas dentro. La Guardia Civil encontró los restos del vehículo desvalijado abandonados en una carretera. Les arrebataron su única forma de vida y desde entonces no levantaba cabeza. Entonces Carmela, sin retirar esa mirada felina que la caracterizaba, salió del calculado y reflexivo silencio que siempre augura el girar de engranajes bien engrasados y le dijo
- Tú no necesitas pastillas. Lo que necesitas es un camión

Es una anécdota recurrente que rescato cuando vendo consejos que no me aplico. Se la tengo que agradecer. Su lucidez me impresionaba. Esa calma aparente enterraba huracanes a los que daba vía libre cuando menos lo esperabas, y te arrastraban. Conmigo siempre fue cariñosa y su experiencia, reveladora. Nada de lo que se diga hoy sobre ella será una exageración. Hace poco escribió en Facebook "tengo el don de reírme de mí. Y me agota hasta la saciedad quien no se ríe de ná, o se burla de tó". Prometo reírme, Carmela. Prometo encontrar mi camión.

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