Me sorprendo preguntándole a Marta si eso podría pasarnos a nosotras y concluimos que es mejor morir antes, evadir esa lucha, por cobarde que sea. Y al hilo de tal reflexión le pregunto qué necesidad hay de desaprovechar el tiempo en el que somos conscientes de lo que somos y hemos sido. Por qué no puede tener cada uno lo que desea cuando está en las facultades correctas para cuidarlo, mantenerlo y disfrutarlo. A quién se le ocurriría inventarse el dolor impostado, antes de tiempo. Por qué condenar al olvido algo que está vivo y brilla. Le digo que si alguien me obligara a hacerlo yo no se perdonaría jamás.
En Eternal sunshine of the spotless mind el personaje de Jim Carrey se somete a un borrado artificial de memoria para librarse del ahogo que le supone el fracaso de su relación. En el proceso se da cuenta de lo absolutamente gilipollas de la idea y trata de bloquearlo desde el rincón más profundo de su cabeza asiéndose a cada recuerdo con ella. La siesta más insulsa, la conversación más rara, el silencio más incómodo; cuando estás a punto de perderlo todo pasa que hasta aquello de lo que renegabas te acaba pareciendo digno de enmarcar en el salón, en sustitución de esa foto que ya no.
Me sorprendo preguntándome de qué mierda sirve decidir olvidar, obligarse a pensar en otra cosa, recluir ese pensamiento en una esquina oscura y sucia de la memoria hasta que se diluya por sí solo, ignorar sus gritos desesperados por llamar la atención, oye, estoy aquí, ¿te acuerdas?, tú me creaste, y si te duelo, te jodes. Me sorprendo agarrándome fuerte a los recuerdos más feos porque son míos y no quiero que nadie me los arranque. Los abrazo cada noche por la espalda. Los mimo y los consiento para que no me dejen. Son míos. Para qué adelantarse si cualquier día puede venir el monstruo y hacernos todo el trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario