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viernes, 2 de noviembre de 2018

resaca de los Santos



Pasaba por entre las cubas llenas de flores mustias las mujeres demasiado mayores pa andar limpiando lápidas en lo alto una escalera las tumbas que nadie cuida y los panteones de los ricos cuando me acordé del día que enterramos al Samuel. Ayer no molestaba ni una nube pero aquel día cómo llovía, cómo llevaban de agua los bajos del pantalón los chavales que cargaban la caja, qué poquito le lucieron al pobre las coronas que le mandaron los del colegio. Estaba el cementerio vacío de vivos, ná más que la familia y nosotras dos espantapájaros autómatas, temblonas y obedientes siguiendo al coche de los muertos hasta el nicho mismo y mira que nos habían dicho que no hacía falta, que a lo mejor hasta molestábamos, que cuando se muere un hijo a nadie le importa el dolor de las amigas. Qué largo se nos hizo el camino, el cementerio tan solo, no como ayer que era una mala verbena; con un paraguas chico pa las dos camino de la iglesia y luego de la iglesia a lo otro sin mediar palabra porque qué coño nos íbamos a decir qué se supone que hay que decirse en esos casos. Me acordé de los del cementerio encerrando al Samuel pa siempre tras los ladrillos con la misma pasión que le pone el que levanta un tabique pa partir un cuarto en dos. Mientras yo no hacía más que darle vueltas a una tontería que no me he atrevido nunca a preguntarle a su madre ni a nadie que sepa de esto: si le habían quitao el piercing pa enterrarlo / y puesto que el acero inoxidable se conserva mejor que el cuerpo de un muerto: si algún día encontrarían intacto el pincho que le atravesaba la lengua entre un puñao de polvo y huesos

Me acordé ayer y llevo to el día clavaos en el pecho los primeros versos de la elegía a Ramón Sijé las coplas a la muerte del padre de Jorge Manrique la bulería del Manuel el pueblo entero de Macondo el último soneto de la Storni todas las versiones que se han hecho y se harán de la hija de Juan Simón la luna del romancero de Federico clavándome la luz a través de la persiana, oscura perdía, en busca de respuestas con la negrura de la resaca del día de los Santos: morirse debe de ser una cosa muy rara, pero más raro es que se te mueran, y dentro de lo raro que es que se te mueran la peor de las categorías tiene que ser que se te mueran de golpe, que se te mueran de golpe es como un fallo en la simulación que vivimos, como los dejavus o cuando parece que llueve hacia arriba, pero decisivo y trascendental y pa siempre. Después de un puñao de años sumando muertes de las de verdad y de las figuradas las únicas ausencias que todavía no puedo asimilar son las que llegaron sin previo aviso: el amigo que no volvió a dejarse ver, el novio que una mañana ya no me quiso, el jersey ese que tengo perdío, el Samuel, que se nos murió y no se le pudo ni preguntar por qué, y lo enterraron pa siempre un día que llovía

¿te acuerdas?

lo que llovimos ese día
lo que llovimos


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