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lunes, 16 de diciembre de 2019

los felices años 20.


en la segunda década del siglo veintiuno la empatía fue definitivamente sustituida por sofisticados dispositivos de gestión del daño. fue la culminación de un proceso que se había iniciado años antes cuando malvendieron la patente de un prototipo rudimentario pero con potencialidades a una empresa más grande que luego absorbió otra aún más grande mientras en paralelo los ingenieros de esta y aquella ajenos a la dinámica societaria y a las firmas del registro mercantil se esforzaban por limar el invento que estaba llamado a ahorrar al ser humano el titánico esfuerzo de pensar en el otro. al principio se comercializaba a unos precios abusivos que después y conforme la herramienta empezó a penetrar en los flujos de mercado y competencia se democratizaron por obra y milagro del capitalismo como en su día pasó con los coches y las teles y los móviles y los patinetes eléctricos. de esta manera logró la industria del pensamiento monetizar la capacidad cognitiva que mantenía el equilibrio del pacto social de indemnidad sobre el que hasta el momento se habían sustentado las comunidades con el argumento inequívoco de que la atrofia de la que hacía gala el ser humano en los últimos tiempos precisaba de una muleta tecnológica que le ayudara simplemente a llevarse bien. no se trataba de suprimir la empatía sino de mecanizarla, de garantizar que aquel que se te acerca es de fiar si le asoma el implante por el moño occipital, de modo que solo los niños y los pobres podrían hacerte daño queriendo. 

el implante redirigía el tono del habla los gestos las presencias y las ausencias las putadas y los actos de buena fe como un gps recalculando ruta y permitía al usuario modular el grado de esa empatía artificial en función de las relaciones interpersonales y el nivel de intimidad. el invento transportó a las personas a un paraíso amable en el que todo se comprendía y se perdonaba pero acabó por atrofiar también para siempre el instinto que durante milenios había asegurado el futuro de la colectividad. en un inesperado vuelco lamarckista de los acontecimientos se esfumó la empatía de la naturaleza humana de modo que pasó a ser un rasgo vestigial de algunas personas como las que tienen tres pezones o les sobresale el hueso de la cola. ni la industria ni los usuarios sumergidos en los encantos del nuevo mundo feliz vieron venir que los desarrolladores también habían caído víctimas de la imposición social del implante y pronto tampoco hubo empatía entre los desarrolladores encargados de planificar la empatía así que cuando la obsolescencia programada hizo lo suyo ya no quedaban cronistas de las relaciones humanas que pudieran explicar cómo era aquello y como nadie se fiaba de los pobres hubo que preguntarle a los niños. para aquel entonces ya habían corrido varias generaciones sin educación emocional y los niños solo sabían que si hay dos bollycaos y tres bocas es la boca más rápida la que come y las otras dos se quedan con hambre. era esa una respuesta social perversa que solo podía corregirse mediante la épica de los referentes morales o una intervención artificial del pensamiento que generara conciencias ajenas al individualismo inmediato pero ni siquiera los más viejos recordaban cómo se hacía lo de no pensarse el puto centro del mundo. al final fueron los pobres los que vieron el mundo arder y por omisión o imitación tampoco ellos sintieron lástima


2 comentarios:

  1. ¡Jopelines! Durillo el texto. Aunque creo que me conozco a alguno que le compra el invento.

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  2. Que yo sé que la sonrisa que se dibuja en tu car

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