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miércoles, 21 de agosto de 2013

Elogio de una amiga.


Si Marta hubiera vivido en el París de los años 20, Alice Prin no habría tenido nada que hacer. Kiki de Montparnasse habría sido ella, y Man Ray habría pintado las efes de los violines sobre su espalda en una fotografía monocroma. De haberla conocido, Julio Romero de Torres la habría sentado en la fuente de la Plaza del Potro para pedirle una mirada fija con los ojos oscuros y el semblante serio mientras la Piconera lloraba de envidia. Degas la habría vestido de bailarina. Los cubistas habrían revuelto sus rasgos. Los fauvistas, sus colores. "Me gustaría ser mala", me dice a veces. "Me gustaría ser una arpía sin sentimientos y que todo me diera igual". Pero este mundo feo y desalmado regala de vez en cuando personas bonitas y buenas, y ella ha tenido la suerte o la desgracia de ser de las mejores. En las risas y en las fiestas es de las mejores. En el deber y la causa es de las mejores. En una tarde insulsa de sofá, manta y televisión sin volumen es de las mejores. En las resacas y en los desconsuelos sigue siendo de las mejores.

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