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sábado, 15 de diciembre de 2018

alma mía





En cuarenta y dos años han pasado por aquí nueve alcaldes, se han hecho algunas carreteras, la ciudad ha crecido hacia el noroeste y la estética e incluso la mentalidad de quienes la pasean a diario han generado un nuevo escenario pero todo eso no lo sabe la pobre Flavia, que por no saber no sabe ni hasta qué punto han cambiado las instalaciones que la rodean ni qué hay detrás del muro sobre el que descansa su pesada cabeza. Ella, tan mayúscula, ha asistido a un cambio de régimen y a una transición modélica aunque sus efectos apenas pueden verse desde el recinto que ocupa en el zoológico municipal, por no hablar de que los elefantes no destacan por tener una vista especialmente virtuosa así que ni siquiera podría garantizar que Flavia pueda entretenerse con las monerías del pueblo simio que se mece en las lianas tras la cristalera que le queda justo enfrente. Ni la celebración del estatuto de autonomía ni los gritos del no a la guerra ni las arengas del último ocho de marzo se escucharon desde la avenida de Linneo; quizás sí los conciertos de la Axerquía y tal vez (dios quiera) las noches a puerta cerrada sean menos tediosas que el día y la muerte la encuentre bailando cuando la tenga que encontrar.

Desde que llegó su vida se resume en un poema de Marcos Ana ("la tierra no es redonda / es un patio cuadrado") aunque sin su peso político que sólo faltaba pedirle eso a la pobre Flavia. Imagino que su entretenimiento diario desde hace cuarenta y dos años es contar los pasos que separan las lindes de su habitáculo como hacía mi abuelo en la celda de castigo aunque ni su celda de castigo medía dos mil metros cuadrados ni pasó en ella tantos años, ni lo de Flavia es una penitencia sino un cautiverio caritativo, un mal menor, dicen, para una elefanta sin manada. La cartografía de sus pliegues podría contar muchas historias pero sólo cuenta una, que se multiplica a su vez exponencialmente con cada par de ojos que los miran, pero eso ella tampoco lo sabe: en el borroso paisaje de seres humanos que altera a diario su calma yo pasé desapercibida para Flavia cuando la visité por primera vez y entonces su gigantez impresionaba más desde el carrito de un bebé. Su prodigiosa memoria de elefanta no guarda registro de la segunda ocasión, en una excursión escolar, una de los cientos de millones que se habrán detenido junto a ella para observarla y gritar y tirar fotos antes en analógico y ahora en digital. Me ha conocido varios novios que pasaron por el irrenunciable filtro de visitar con la novia el zoo, y me ha visto quererlos para siempre junto a ese espejismo de palacio persa que le hace las veces de casa, feliz antes de la debacle a la que conduce toda relación humana en estos tiempos de tibieza en los que los grandes romances no duran ni de coña para siempre, pero cuando Flavia me ve no me pregunta si aquellas historias de amor se fueron a la mierda que es una cosa que agradezco porque me ahorra tener que contestarle que efectivamente sí.

Nadie sabe qué cara se le pone a un elefante cuando es feliz. Quizás nos lo intenta transmitir cuando se tira arena sobre el cuerpo, cuando baila la trompa al ver llegar a sus cuidadores con los mismos visos de relación tóxica de dependencia con los que el zorro esperaba al Principito. Quizás sea feliz sin un instinto animal que reprimir ni el recuerdo de un bosque tropical por el que sentir nostalgia; feliz en la libertad relativa y tramposa que aporta la soledad, anárquica y reina del zoo sin una matriarca a la obedecer ni una compañera que la obligue a partir en dos la comida o las atenciones que recibe de la gente ni un macho que la monte en contra de su voluntad y la obligue a parir elefantitos tras dos insufribles años de embarazo. Nadie sabe qué cara se le pone a un elefante cuando es feliz pero desde la supremacía que sentimos desde la cúspide de esta pirámide de poder, condescendientes y paternalistas como sólo nos sale ser, adalides de causas que se nos escapan, insistimos en que su imagen es la viva imagen de la tristeza por una soledad y un encierro que no sólo existen sino que además son expuestos, como si su vida entera fuera uno de nuestros domingos y ese domingo formara parte de una exhibición, ahora y hasta la hora de la muerte. Flavia no volverá a ser joven y nosotros tampoco, pero al menos nosotros hemos escogido nuestra jaula. Al menos elegimos a quién enseñar las soledades.

*Flavia, la elefanta del zoo de Córdoba, llegó a la ciudad en 1976. Aunque ha habido intentos por traer a otros elefantes para hacerle compañía, los expertos defienden que el cambio sería estresante para un animal de edad avanzada y acostumbrado a la soledad

2 comentarios:

  1. More bangdalismo por fa.

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  2. Irene, supongo que lo habrás escuchado, quizás te guste. https://play.cadenaser.com/audio/001RD010000005483866/

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