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jueves, 29 de agosto de 2019

escombreras


cuando me preguntan a qué viene tanto escombro suele saltarme el contestador automático. digo que las cubas son mi animal espiritual, que es la respuesta preparada, y mi interlocutor me sigue el rollo aún cuando sabe que no he dejado espacio alguno a la improvisación porque imagina que no me apetece hablar del tema por algún tipo de trauma inconfesable. la realidad es diferente porque la realidad es que me encanta confesar traumas pero he olvidado las razones. últimamente olvido mucho incluso a corto plazo pero ese es otro asunto

sé que el inicio de mi obsesión con las cubas de escombros se remonta a años atrás. he pasado un rato tratando de identificar el germen pero me bailan las anécdotas y los culpables así que he tenido que recurrir a la mayor fuente de sabiduría que conozco para encajar algunas piezas y aún así percibo huecos en el puzzle


según el relato que hace marta de las cosas el inicio de la obsesión coincide en el tiempo con el principio del fin de la crisis y la consiguiente recuperación paulatina del mercado de la construcción que es un sector del que dependen numerosos subsectores. de 2014 en adelante volvieron poco a poco a bramar los bulldozers y los mazos a golpear tabiques y en consecuencia las aceras se llenaron de nuevo de las cubas de escombros que habían pasado los años negros de la recesión vacías y aburridas en los depósitos de llopis, molina y barea en la periferia. efectivamente las escombreras callejeras son un termómetro de la recuperación económica tan válido como cualquier otro

el caso es que puedo trasladarme a ese entonces y comprender a la irene hecha pedazos que buscaba salida en el humor autolesivo con su homologación psicológica a las cubas llenas de mierda que nadie quiere y esperan a ser recogidas a las puertas de una obra síntoma de que la vida se abre paso una vez retirada la porquería. lo que no sé es lo que pasó después ni cómo esa filiación acabó convirtiéndose en un patrón vitalicio porque ese breakdown pasó y dejé de sentirme basura y sin embargo mis carretes se han seguido llenando de cubas hasta arriba de cascotes y polvo de vestigios de lo que un día fue un hogar o una tienda o un edificio administrativo así que la razón debe de ser otra o quizás nunca superé aquello que es algo que no se creería nadie con dos dedos de frente, básicamente porque no fue el primer breakdown ni el último. ni siquiera fue el peor

innegablemente hay también una razón estrictamente estética traducida en las aristas constructivistas de los ladrillos, la tosca figura trapezoidal del contenedor y su incómoda presencia en el paisaje cotidiano como una intervención de art brut. en paralelo discurre una cuestión moral: si la destrucción es bella (es una putada que se quemara notre dame pero qué belleza las fotos de notre dame ardiendo) también deben serlo sus efectos. como activista de la compasión me parece una actitud reprochable por irresponsable que uno admire el desastre e ignore después los restos que deja

en una de mis últimas cubas dormía su sueño eterno una solería sesentera que habría sido una joya de anticuario de no haber quedado reducida a escombros a martillazos. acabará sus días en un vertedero a las afueras pero antes de irse del todo merece como mínimo alguna palabra bonita y una foto para instagram. eso es, por cierto, lo mínimo que espero también para mí misma por parte de quienes alguna vez me aplaudieron cuando me destruía, así que imagino que esta disertación que nadie ha pedido acaba exactamente donde empezó. no se hagan los sorprendidos


1 comentario:

  1. Lo que en apariencia es escombro, nadie quiere o tira, para otros es una oportunidad, Diógenes y a veces hasta serendipia.

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